Orígenes y formación del emperador romano Adriano
Lugar de nacimiento y ascendencia hispanorromana

El emperador romano Adriano, cuyo nombre completo era Publio Elio Adriano, nació en Roma el 24 de enero del año 76 d.C., aunque su ciudad natal familiar era Itálica, Hispania, situada en la provincia Bética del Imperio romano. Pese a haber nacido en la capital del mundo antiguo, Adriano siempre mantuvo una conexión emocional y cultural con Itálica, que formaba parte de sus raíces identitarias. Por esta razón, muchos textos clásicos y modernos lo identifican como hispanorromano, destacando su vínculo con el suelo andaluz.
Su padre, Elio Adriano, pertenecía a una familia senatorial de larga tradición, mientras que su madre, Domitia Paulina, era originaria de Gades, la actual Cádiz. A la muerte temprana de su padre, cuando el joven futuro emperador tenía solo diez años, fue acogido bajo la tutela de su pariente Publio Acilio Attiano y del general Trajano, quien con el tiempo se convertiría en emperador romano y adoptaría a Adriano como su sucesor. Esta relación fue clave en la posterior carrera política de Adriano, y marcaría el inicio de su ascenso dentro de la maquinaria imperial.
Infancia y educación en Roma
Tras la traslado a Roma definitivo de la familia, el joven Adriano se crio en un entorno aristocrático. Allí recibió una educación clásica, influida por la cultura griega, que marcaría toda su vida. Desde pequeño mostró una fascinación por la cultura helenística, lo que le valió el apodo de Graeculus («el grieguito») entre sus compañeros. Este amor por el mundo griego no solo perduró sino que se convertiría en un rasgo definitorio del reinado de Adriano.
Entre sus maestros se encontraban célebres retóricos y filósofos. Su formación incluyó el estudio de la retórica latina, aunque Adriano en Roma prefería la lengua griega, que dominaba con fluidez. Estas inclinaciones se reflejarían más adelante en su afinidad con Atenas y su intento por restaurar el esplendor del mundo helénico a través de proyectos como el Panhelenion y la construcción del templo de Zeus Olímpico.
Primeros pasos en la carrera pública
Antes de convertirse en cesar Adriano, inició su carrera política en el cursus honorum romano. Fue primero decenvir, después cuestor, y más adelante tribuno militar. Su primer servicio como oficial se dio en la frontera del Danubio, donde tuvo la oportunidad de forjar vínculos con el ejército. Allí desarrolló un gusto por la disciplina castrense y por la construcción de nuevas defensas, algo que más tarde plasmaría en obras como el muro de Adriano en Gran Bretaña, una de las mayores expresiones de la arquitectura militar del imperial romano.
Ascenso al poder del emperador Adriano
La tutela de Trajano y los vínculos familiares
Tras la muerte de su padre, Publio Elio Adriano fue confiado al cuidado de Publio Acilio Attiano y de su pariente Marco Ulpio Trajano, quien más tarde se convertiría en emperador romano. Este parentesco con el propio Trajano, que también tenía raíces en Itálica, Hispania, consolidó el papel de Adriano dentro de la élite imperial. Durante su juventud, Adriano pasó largos años cultivando la estima del círculo de Pompeya Plotina, esposa de Trajano, quien sería una figura crucial en los momentos clave de su futura proclamación.
El joven futuro emperador se ganó la simpatía de Plotina por su amor a la cultura griega y su carácter reflexivo. La pareja imperial —Trajano y Plotina— jugaron un papel ambivalente: aunque Trajano nunca lo nombró oficialmente como heredero en vida, el apoyo tácito de su entorno facilitó que Adriano pudiera acceder al trono tras la muerte del emperador.
Matrimonio con Vibia Sabina
Como parte de una estrategia para consolidar su posición, Publio Elio Adriano contrajo matrimonio con Vibia Sabina, sobrina nieta de Trajano. La unión, promovida por Pompeya Plotina, buscaba reforzar la legitimidad del vínculo sucesorio. Aunque el matrimonio fue políticamente útil, la relación personal fue distante y complicada, algo que los cronistas antiguos no dejaron de señalar. A pesar de la frialdad en la pareja, Vibia Sabina acompañaría a su esposo en numerosas campañas y viajes a lo largo del Imperio.
Experiencia militar y política en la frontera
Durante el reinado de Trajano, Adriano pudo adquirir experiencia real en asuntos de Estado y guerra. Participó en las campañas de la segunda guerra dacia, donde demostró habilidades estratégicas que le valdrían más adelante el respeto del ejército. También ejerció como gobernador de la provincia de Panonia Inferior, donde mostró su talento en la administración civil y militar. Su ascenso en el cursus honorum fue respaldado por una red de aliados dentro del Senado, muchos de ellos procedentes de familias senatoriales vinculadas a las provincias.
El momento de la sucesión: adopción y proclamación
En el año 117, durante la campaña de Trajano en Asia Menor, el emperador cayó gravemente enfermo. La figura de Pompeya Plotina y del prefecto del pretorio, Publio Acilio Attiano, adquirieron entonces un protagonismo decisivo. Según varias fuentes, fue Plotina quien ordenó la construcción de una carta de adopción a favor de Adriano, firmada supuestamente en los últimos momentos de vida de Trajano.
El 8 de agosto de 117, el emperador Trajano murió en Cilicia. Al día siguiente, Adriano fue proclamado emperador por las legiones de Siria. Su regreso a Roma sería inmediato, marcado por decisiones difíciles que buscaban consolidar su legitimidad. Entre ellas, se encuentra la ejecución de los llamados «cuatro consulares», senadores prominentes acusados de conspiración. Estas acciones provocaron tensiones con el Senado, pero aseguraron el control de Adriano sobre el poder.
El emperador del cambio (117–138 d.C.)
Consolidación del poder: primeras medidas del reinado de Adriano
Tras su proclamación, el emperador romano Adriano se enfrentó a una doble tarea: asegurar su autoridad en Roma y redefinir los objetivos del imperial romano. Su carrera política hasta ese momento, marcada por la administración eficaz y la cultura, contrastaba con el perfil militar expansivo de emperadores anteriores como Trajano había sido.
Una de sus primeras y más controvertidas decisiones fue abandonar los territorios recién conquistados por el emperador Trajano en Mesopotamia. Esta renuncia a la expansión imperial —mal vista por ciertos sectores del Senado— marcó un punto de inflexión en la política exterior romana. A partir de entonces, el objetivo sería consolidar y defender las fronteras, no ampliarlas.
Nueva estrategia defensiva: el muro de Adriano y otras fortificaciones

Una de las obras más emblemáticas de este nuevo enfoque fue la construcción del muro de Adriano en Gran Bretaña, una línea defensiva que delimitaba el limes del Imperio y simbolizaba la decisión de contener, más que conquistar. Adriano ordenó la construcción de este muro para proteger la provincia britana de incursiones bárbaras. A día de hoy, el muro de Adriano es uno de los restos más impresionantes del imperio romano en las islas británicas.
Además de en Britania, Adriano construyó otras defensas en las fronteras del Rin, el Danubio y el norte de África, demostrando su obsesión por la seguridad fronteriza. Su espíritu arquitectónico y su visión estratégica se entrelazaban en cada uno de estos proyectos de construcción.
Gobernar viajando: las giras imperiales
A diferencia de otros emperadores, el emperador romano Adriano creía en gobernar no desde el trono, sino desde la ruta. Durante su reinado, pasó más de la mitad de su tiempo fuera de Roma, visitando provincias clave del Imperio. Estas giras no eran meramente protocolarias: permitían supervisar directamente la administración, promover la construcción de nuevos edificios, e integrar culturalmente a los pueblos bajo dominación romana.
Entre sus viajes destacan:
- La Galia, Hispania y África: donde visitó su ciudad natal, Itálica en Hispania, y promovió mejoras urbanas.
- Asia Menor y Grecia: donde reforzó su lazo con la cultura griega, impulsando la creación del Panhelenion.
- Egipto: donde se produjo el trágico episodio de la muerte de Antínoo, su joven amante Antínoo, a quien divinizó posteriormente, fundando la ciudad de Antinoópolis en su honor.
Estos viajes eran una manifestación visible de su concepto de unidad imperial, basado en el respeto por las identidades locales dentro del marco del imperio romano.
El estadista y el hombre
Reformas administrativas y jurídicas
Durante el reinado de Adriano, el aparato estatal romano experimentó una reorganización profunda. A diferencia de emperadores anteriores, que delegaban gran parte de la administración en el Senado, el emperador Adriano promovió un modelo centralizado y tecnificado. Profesionalizó la burocracia imperial y estableció un sistema estable de juristas que elaboraban dictámenes basados en criterios unificados, dejando atrás prácticas arcaicas.
Esta reforma del derecho —que tendría impacto en la historia del mundo jurídico occidental— se cimentó en su visión del Imperio romano como una máquina racional al servicio del bien común.
El patrono de las artes y la arquitectura
Ningún emperador desde Augusto había mostrado un compromiso tan firme con la cultura y el urbanismo. Adriano en Roma promovió una intensa actividad edilicia. Ordenó la construcción de numerosos nuevos edificios, entre ellos la restauración del Panteón, el templo de Venus y Roma, y diversas termas, bibliotecas y templos.

Fuera de Roma, su legado arquitectónico más deslumbrante es la Villa Adriana, en Tívoli. Esta residencia campestre imperial reflejaba su amor por la cultura helenística, imitando estilos arquitectónicos de Grecia, Egipto y Asia Menor. Villa Adriana se convirtió en símbolo de su sensibilidad artística y su cosmopolitismo imperial.
Religión y política cultural
Adriano construido más que templos: construyó una identidad imperial fundamentada en la unión de tradiciones. Su amor por la cultura griega no fue solo personal, sino también político. Fundó en Atenas el Panhelenion, una federación de ciudades griegas que reafirmaba la unidad cultural bajo dominio romano.
Su política religiosa fue ecléctica: respetó los cultos tradicionales, promovió el culto imperial y favoreció el sincretismo. Sin embargo, su intento de helenizar Jerusalén provocó una grave crisis: la segunda guerra judeo-romana, que analizaremos en el próximo bloque.
Relaciones personales: Vibia Sabina, Antínoo y Plotina
En lo personal, la vida de Adriano estuvo marcada por figuras femeninas influyentes como Pompeya Plotina, que fue clave en su ascenso al trono, y Vibia Sabina, su esposa, con quien mantuvo una relación distante. No tuvieron hijos, lo que daría lugar a una compleja cuestión sucesoria.
Pero la figura más íntima y enigmática fue Antínoo, un joven de Bitinia, que se convirtió en su amante y compañero de viajes. Tras la muerte de Antínoo en el Nilo, en circunstancias todavía discutidas, el emperador romano Adriano lo divinizó, fundó la ciudad de Antinoópolis en su honor y lo incorporó al panteón del Imperio. Nunca antes un joven de origen griego había alcanzado semejante inmortalidad simbólica.
Filosofía, poesía y pensamiento imperial
Además de gobernante y arquitecto, Adriano fue un emperador intelectual. Escribía poesía en latín y griego, cultivaba el estoicismo y mantenía correspondencia con filósofos como Epicteto. Esta vertiente espiritual queda recogida en su célebre poema de despedida, Animula vagula blandula, escrito en sus últimos años.
Su inclinación por la razón, la belleza y la proporción reflejaba un ideal clásico de gobierno: el emperador como sabio que modela el mundo no sólo con leyes, sino con ideas.
Crisis y final
La segunda guerra judeo-romana
Uno de los episodios más trágicos del reinado de Adriano fue la segunda guerra judeo-romana (132–135 d.C.), también conocida como la rebelión de Bar Kojba. Este conflicto estalló tras la decisión de Adriano de transformar Jerusalén en una colonia romana, llamada Aelia Capitolina, y prohibir la circuncisión, interpretada como una afrenta a la religión judía.
El levantamiento fue brutal. Los rebeldes, liderados por Simón Bar Kojba, infligieron graves daños a las fuerzas romanas, lo que obligó a el emperador Adriano a movilizar hasta doce legiones. La represión fue despiadada: se calcula que más de medio millón de judíos murieron. Tras sofocar la rebelión, Adriano ordenó la construcción de templos paganos en el lugar del Templo de Jerusalén y convirtió Judea en la provincia de Siria Palestina, en un intento de borrar su identidad.
Los últimos años de Adriano: enfermedad y aislamiento

En sus últimos años, el emperador romano Adriano sufrió un progresivo deterioro de salud, probablemente causado por insuficiencia cardiaca y problemas renales. Aislado en su Villa Adriana, desde donde aún intentaba ejercer el poder, se volvió irritable y desconfiado, lo que se reflejaba en sus decisiones políticas y personales.
Frustrado por no tener hijos y buscando asegurar la estabilidad del Imperio tras su muerte, Adriano pudo inicialmente adoptar a Lucio Elio César, pero la muerte prematura de este en el 138 forzó una nueva decisión.
Antonino Pío y la línea sucesoria
En febrero del año 138, el emperador Adriano adoptó a Antonino Pío, un senador de gran prestigio, con la condición de que este a su vez adoptara a Marco Aurelio y a Lucio Vero, consolidando así una línea sucesoria a largo plazo. Esta fue una de sus decisiones más sabias, pues Antonino Pío gobernaría con gran estabilidad y prepararía a Marco Aurelio, quien se convertiría en uno de los más admirados emperadores romanos de la historia.
El 10 de julio de 138, en su retiro de Baiae, Adriano murió. Su cuerpo fue trasladado a Roma y enterrado en el Campo de Marte, en un mausoleo que él mismo ordenó construir, hoy conocido como Castel Sant’Angelo.
Muerte y apoteosis
Pese a la oposición inicial del Senado —aún dolido por la ejecución de los «cuatro consulares» al principio del reinado—, Antonino Pío logró que se decretara la apoteosis del emperador Adriano, elevándolo oficialmente al rango de dios. Esta acción fortaleció la imagen del nuevo emperador y dio cierre solemne al reinado de su antecesor.
Epílogo: El legado de Adriano
La vida de Adriano resume como pocas el tránsito entre la tradición romana y la visión helenista del poder. Fue un emperador de fronteras, no de conquistas; de ideas, más que de batallas. Su sensibilidad artística, su respeto por las culturas locales, su amor por la cultura griega y su capacidad de anticiparse a conflictos marcaron una era única en la historia romana.
Fue el emperador romano Adriano, pero también Publio Elio Adriano, el amante de Antínoo, el viajero incansable, el reformador silencioso y el poeta que, en su lecho de muerte, escribió:
«Animula, vagula, blandula…»
Una voz que aún resuena en los mármoles de su Villa Adriana, en los restos del muro de Adriano en Gran Bretaña, y en el pensamiento de quienes estudian el arte de gobernar con sabiduría.